Patrimonio construido


El Parque Natural de Sant Llorenç del Munt i l'Obac es un espacio protegido con un importante interés ecológico y paisajístico, patente en la grandiosidad de los relieves rocosos y de sus bosques, que dan cobijo a una buena representación de fauna y flora. No menos importante es la huella del hombre, repartida por numerosos lugares de la zona y testigo de las formas culturales que se desarrollaron en el parque natural y hacen de él un lugar de notable interés histórico-cultural.


El establecimiento humano en el macizo de Sant Llorenç del Munt es conocido desde la prehistoria por un considerable número de importantes yacimientos encontrados en cuevas y abrigos naturales. A lo largo del tiempo se han ido amontonando restos que dan testimonio de las ocupaciones de los diferentes períodos históricos.


El período que ha dejado una huella más profunda es la Alta Edad Media, época en que se empezaron a formar en el entorno del macizo la mayoría de los núcleos habitados que constituyen los pueblos y ciudades actuales.


Lo más destacable de esta época son las iglesias románicas y, muy especialmente, el monasterio de Sant Llorenç del Munt, construido en la cima culminante de la Mola. Los campesinos, antes extendidos por todo el macizo, son hoy insignificantes, pero es heredera de las tradiciones y de la cultura que le dieron esplendor.

La prehistoria


La abundancia de cuevas y grutas naturales demuestra que el hombre prehistórico escogió el macizo de Sant Llorenç del Munt i la Sierra de l'Obac como lugar de establecimiento. Así lo manifiesta el considerable número de yacimientos en cuevas que hay esparcidos por la montaña y también los distintos objetos de origen prehistórico encontrados (cerámica, sílex, etc.). Los yacimientos más importante son: la Cova del Frare, la Cova de les Ànimes, la Cova del Mal Pas del Puigdoure y el grupo de cavernas de Simanya. Hasta ahora, los descubrimientos más antiguos provienen de la Cova del Frare y datan aproximadamente del año 3850 a.C.

 

La Cova del Frare es, sin duda, el yacimiento prehistórico más importante del macizo. Durante la prehistoria fue utilizada como lugar de vivienda y, en un período de la edad de bronce, como cueva sepulcral. Se han encontrado huesos correspondientes, como mínimo, a doce personas. En este yacimiento se han recogido diversos utensilios de piedra, sílex, y hueso, cerámica, huesos humanos y de animales, etc. La Cova de les Ànimes ha sido objeto de diversas campañas de excavación. De muy antiguo data el descubrimiento de unos pequeños discos perforados parecidos a las almas de los botones, y de aquí parece que proviene el nombre de la cueva. De las miles de piezas encontradas, se deduce que en esta cueva había un depósito de estos granos de collar y, no muy lejos, un taller donde se fabricaban, utilizando una técnica muy depurada. Se han recogido fragmentos de la concha Cardium, material base de estos discos. En esta cueva también se han encontrado huesos humanos y de animales, cerámica y herramientas de sílex. Los hallazgos más antiguos corresponden al neolítico.

 

La Cueva del Mal Pas del Puigdoure fue descubierta en la década de los años 60 y ha resultado ser un yacimiento prehistórico importante. Se trata de una cueva sepulcral de la edad de bronce en la que, después de diversas campañas de excavación, se encontraron huesos humanos correspondientes a un mínimo de diecinueve personas. También son importantes los restos de fauna, entre los que hay huesos de caballo. Por lo que se refiere a utensilios varios encontramos cerámica, puntas de flecha y rascadores de sílex, punzones de hueso, etc. La Cova de Simanya es una de las mejor acondicionadas para vivir, dada su espaciosidad y la presencia permanente de agua. En el transcurso de unas excavaciones realizadas en 1930 se encontró una gran cantidad de cerámica eneolítica (bronce antiguo). En las cavidades de las inmediaciones, se han conseguido varios descubrimientos, como en la Cova Simanya Nova o del canal, donde se descubrió cerámica neolítica.



Al margen de estos yacimientos más importantes hay que mencionar piezas aisladas que se han ido recogiendo en diversos puntos de la montaña. Podemos citar la cerámica y el molde de fundir hachas de bronce que se descubrieron en las Coves de Mura, el collar de conchas encontrado en Serrallonga, hachas de piedra pulida y utensilios de sílex descubiertos superficialmente en todo el macizo y la curiosa hacha de bronce encontrada en las inmediaciones de la Cova Negra, en la Castellassa de Can Torres.

La Edad Antigua


La Edad Antigua es el período más desconocido del macizo. Salvando algunos pequeños hallazgos ibéricos y romanos en las partes altas del macizo (la Porquerissa, Cort Fosca de Matarodona, etc.), las principales concentraciones de vestigios, así como las más notables, se concentran en los sectores más habitables de la montaña: Sant Feliu del Racó, Matadepera, Rellinars y Sant Vicenç de Castellet-Castellgalí, ya que los romanos obligaron a los íberos a abandonar las montañas.



En lo alto de la cima de la Mola se han encontrado restos de cerámica, tégulas y monedas ibéricas y romanas. Este hecho insólito ha hecho plantear la hipótesis de la existencia de un santuario íbero-romano en la parte alta de la montaña. Son notables el altar votivo íbero-romano en Rellinars, el ara del altar paleocristiano, de Sant Feliu del Racó, los sepulcros romanos de Sant Vicenç de Castellet-Castellgalí, y la concentración de vestigios de la época romana (pavimentos, cerámica diversa, dolium, tégulas, etc.) que se han ido descubriendo en diversos puntos de Matadepera. Esto parece indicar la presencia de establecimientos payeses en esta zona, seguramente atraídos por la comunicación que representaba la vía romana que pasaba por la riera de Arenes.


Constituyen aún una incógnita los vestigios del poblado de Collado de Eres-la Calçada, cuya existencia ha estado sólo en parte esclarecida por el descubrimiento de una interesante hebilla de los siglos V-VII en una de las sepulturas del Cingle del Marquet. Tanto esta pieza importantísima como los entierros del Cingle del Marquet y las sepulturas tardorromanas o altomedievales encontradas en los Óbitos, indican la presencia de población estable en esta zona, en el período que va entre el fin de la Edad Antigua y los inicios de la alta Edad Media.

La Edad Media


La invasión sarracena de principios del siglo VIII y las posteriores incursiones de saqueo, que se alargaron hasta principios del siglo XII, hicieron que una parte de la población del rodal del macizo de Sant Llorenç del Munt y la Sierra de l'Obac se refugiara en los reductos escondidos de la montaña. Estos refugios se instalaron de una manera improvisada y precaria aprovechando cuevas y grutas. También se construyeron edificios pobres o cabañas hechas con paredes de piedra seca y cubierta de troncos, ramajes y tierra. Las grutas construidas constaban de una pared frontal provista de puertas y ventanas que cerraba la cavidad natural. Las más primitivas estaban divididas en dos compartimentos: uno para las personas, y el otro para los animales. Son ejemplos notabilísimos de grutas construidas en época medieval el Puig de la Balma, les Balmes de l'Espluga, la Porquerissa, Puig Andreu, etc.

 

A medida que iba avanzando el proceso de la Reconquista (siglos IX-X), se fueron formando en la montaña un número considerable de aldeas payesas organizadas en parroquias y al amparo de los castillos de Mura, de Pera, de Rocamur, de Castellar, del siglo X, y del castillo de la Torre de Lacera, documentado del siglo XI. Los castillos medievales fueron el resultado de la evolución, engrandecimiento y perfeccionamiento de las torres. Eran utilizadas como lugares de refugio y defensa para la población dispersa de los alrededores en caso de un ataque exterior, ya fuera por invasiones, bandolerismo o bien por ataques provinentes de otros feudos. Estas fortalezas solían ser la residencia de los señores feudales, desde donde controlaban la población payesa y los pueblos de su jurisdicción. La mayor parte de los castillos de Sant Llorenç del Munt son de los llamados roqueros, es decir, situados encima de rocas y aprovechando la calidad defensiva y física propias de la situación (castillo de Mura, Rocamur y de Pera). El castillo de Castellar fue reconstruido en el siglo XIV y constituye un notable ejemplo de residencia señorial.

 

Dentro del área del macizo se cuenta con más de una docena de iglesias que manifiestan este alto índice de población. Las iglesias eran elementos básicos ya que la religión era uno de los aspectos fundamentales en la vida del hombre medieval. En torno a las iglesias medievales solía haber un grupo de fosas o cementerio y era también normal que en el suelo del templo se practicasen hoyos para guardar el grano de las cosechas. En el macizo de Sant Llorenç del Munt i la Sierra de l'Obac y alrededores hay un número considerable de capillas de origen medieval: unas en ruinas y otras en buen estado de conservación. Entre las iglesias, en parte prerrománicas y en parte románicas, tenemos la de Santa Maria del Marquet y la Iglesia Vella de Rellinars. Verdaderamente románicas son la de Sant Martí de Mura, Sant Feliu de Vallcàrcara, la Santa Creu de Palou y Sant Pere de Vallhonesta. Algunas capillas románicas han sido reformadas o muy reconstruidas, como Sant Jaume de Vallhonesta, Sant Pere de Mur, Sant Jaume de Vallverd y Santa Maria de les Arenes. Sant Esteve de Castellar tiene partes románicas y partes góticas. Podemos citar también las iglesias que han sido completamente reconstruidas en época moderna, pero que ya existían en el siglo X, como Sant Esteve de la Vall (Can Pobla) y Sant Joan de Matadepera.

 

Tenemos que destacar que en la Alta Edad Media era muy característico disponer las piedras y sillares de los muros en forma inclinada y formando una clase de espiga o espina de pez. A este tipo de aparato se le conoce con el nombre de opus spicatum y se encuentra con relativa frecuencia en construcciones y ruinas de la parte poniente del macizo. Los ejemplares más notables son Obac Vell, ruinas de la Serra Llarga, ruinas de la masía de Espluga, Sant Pere de Vallhonesa, Santa Magdalena de Puigbarral y Santa Maria del Marquet. Otros ejemplares más modestos y de facción poco esmerada se encuentran en las grutas de Espluga de Matarrodona.


Al mismo tiempo, sobre la cima de la Mola prosperaba el monasterio benedictino de Sant Llorenç del Munt. Este monasterio, que data como mínimo de la primera mitad del siglo X, fue, en la figura de su abad, el establecimiento más importante e influyente del macizo durante la Edad Media. Después de un corto período de prosperidad en el que se construyó el templo románico que corona la Mola (siglo XI), el monasterio vio desmochado su crecimiento y, por este motivo, habiendo perdido su autonomía, pasó a depender de otros monasterios más poderosos (Sant Ponç de Tomeres y Sant Cugat del Vallès). La situación abrupta del monasterio y la falta de medios económicos suficientes aportaron fuertes privaciones a la escasa comunidad benedictina de la Mola, que entró pronto en decadencia. Después de algunos intentos de revitalizar el monasterio, que pasó largas temporadas medio abandonado, la comunidad se extinguiría definitivamente al principio del siglo XVII con la muerte de su último abad comendatario, Francesc Olivó d'Alvèrnia (1608). El magnífico templo románico de la Mola fue consagrado el año 1064 durante el abadiado de Odeguer. Tiene una planta basilical de tres naves, con crucero y cimborio octogonal, encabezada por un triple ábside decorado con curvaturas ciegas.



La ermita de Santa Agnès había sido en sus inicios la residencia de los donados o sirvientes del monasterio de Sant Llorenç del Munt. Esta ermita está situada en uno de los parajes más salvajes e impresionantes del macizo. La cueva principal tiene unas bonitas pilas naturales llenas de agua y su boca continúa tapada por una capilla que aprovecha parcialmente el techo y las paredes de la caverna. Adosadas a la capilla están las ruinas de las dependencias de la ermita.



Con la expansión del feudalismo, los castillos del macizo pasaron a ser gobernados por señores nombrados por los condes. Estos señores feudales ejercieron una fuerte presión económica y social sobre los campesinos, amparados por los derechos feudales y los Mals Usos, que más adelante fueron la causa de las Guerres de Remença. A mediados del siglo XIV Europa se vio asolada por la peste negra. En el siglo XV se produjeron otros brotes de aquel mal terrible. En algunos puntos del macizo la población quedó reducida a la mitad o menos. Del recuerdo de aquel desastre nos hablan algunos documentos del monasterio, relativos al valle de Mura y al valle de Horta, en los que se mencionan "les mortaldats que són estades por tot lo món", refiriéndose a la peste.



Durante la segunda mitad del siglo XV Cataluña vivió las Guerres de Remença, en las que los campesinos se rebelaron y lucharon contra los señores feudales. Al final de la conflagración, los Mals Usos fueron abolidos, pero la guerra aún había despoblado más las masías del país. Así pues, al principio del siglo XVI una gran parte de las casas de montaña quedaron abandonadas y derruidas. Estas propiedades fueron anexionadas por los campesinos que habían conseguido mantenerse, formándose así las grandes masías de Sant Llorenç (la Mata, l'Obac, el Daví, el Dalmau, etc.). A este período corresponde también la caída del feudalismo, ya que al final del siglo XVI la mayor parte de los castillos eran abandonados y derruidos.

La vida en las masías: del siglo XVII al XIX


Después de las guerras y epidemias de los siglos XIV y XV, los campesinos que consiguieron mantenerse en Sant Llorenç reafirmaron y ampliaron sus propiedades, comenzando así un período de fuerte actividad agrícola y ganadera. Este proceso fue enturbiado por el bandolerismo, practicado a menudo por gente de la misma comarca, y tuvo especial incidencia en Sant Llorenç a causa de las importantes vías de comunicación que atraviesan el macizo. Después de la Guerra de Sucesión al comienzo del siglo XVIII, el Principado de Cataluña tuvo acceso al mercado de las colonias americanas. En Sant Llorenç esto se tradujo en un fuerte desarrollo de la viña, cuya producción era a menudo destinada a la exportación de vinos y licores. Este período corresponde al máximo crecimiento económico de las casas de montaña. Aparte de la agricultura, también se practicaban ciertas industrias rurales y otras más técnicas, con las que se aprovechaban más los recursos de la montaña.

 

Algunas de estas actividades se han mantenido hasta hace bien poco: la producción de carbón de encina (l'Obac, la Mata, etc. fueron, en el pasado, masías productoras de carbón de encina), la obtención de trementina y colofonia de la corteza de los pinos mediante los hornos de pega, la preparación de haces y gavillas de leña, y los hornos de cal. Hasta el final del siglo XIX, en el que se empezó a fabricar cemento, el elemento más utilizado en Cataluña para preparar mortero para la construcción era la cal. Esta cal se obtenía de la cocción a altas temperaturas de la piedra calcárea, operación que se efectuaba en unos hornos rudimentarios de forma acampanada preparados expresamente. Estos pozos de cal, que se pueden encontrar en toda la montaña, dan cuenta de la importancia que consiguió esta actividad.
 

 

También tuvo cierta importancia la industria de los pozos de hielo. En el macizo de Sant Llorenç del Munt i la Sierra de l'Obac hubo como mínimo tres masías productoras de hielo: l'Obac, el Guitart y la Mata. Otras actividades más técnicas fueron el aprovechamiento de la fuerza de los cursos de agua para impulsar molinos de harina y alguna fábrica de papel (Sant Feliu del Racó). Hubo también hornos de cristal para poder aprovechar la leña y el sílex del macizo. En Sant Llorenç, hay documentación de la existencia, como mínimo, de dos hornos de cristal; uno en casa Torrella y el otro en l'Obac. De este último conocemos la producción de objetos domésticos: aceiteras, porrones, vasos y, después, botellas en tono verde para envasar vinos y licores destinados a la exportación. También se practicó de forma generalizada la industria textil. Esta pujanza económica terminó en el siglo XIX a consecuencia, primero, de las Guerras Napoleónicas y, después, de las Guerras Carlistas, que fueron el motivo de la ruina y el abandono de diversas masías (les Cases, l'Obac Vell, etc.).



Durante la segunda mitad del siglo XIX apareció la epidemia de la filoxera, que acabó con todas las viñas del país y supuso el inicio de la decadencia de muchas masías de Sant Llorenç.

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